Ya van mas de 30 días confinados en el hogar por esta pandemia, para no ser contagiados y en cierta manera mantenernos vivos.
En este periodo he experimentado varias sensaciones, cambios de humor, emociones y pensamientos, provocando que sea una persona nueva a descubrir.
Independiente de la profesión de ser psicólogo, abogado o artista, a todos nos atraviesa esta experiencia de la manera más humana y abierta posible.
Y es ahí donde la ternura entra con una fuerza única y necesaria.
Esa ternura de mirar con compasión que no veo a momentos agradable esta situación y que me cansa enfrentarme a mí mismo. En – frentar lo que por tanto tiempo no era tan claro, y respirar sin escapar de esa verdad.
Esa ternura de recordarme qué es primera vez que vivo una situación así, como también los planes que con tanto esfuerzo estaban por cumplirse, han caído.
Esa delicadeza de reconocer que muchos estamos viviendo un estado de vulnerabilidad que provoca atravesar capas y capas hacia dentro, para ir inevitablemente hacia algo más real y verdadero.
El abrazo cálido hacia uno mismo en que el miedo a morir nos muestra a su vez la manera de vivir que hemos estado transitando. Ese miedo hace que aparezca también el miedo a ver en lo que nos hemos mentido a nosotros mismos.
Esa unión entre cariño y aceptación, en que no tener el control se vive con dolor, por la poca relación con la incertidumbre.
Esa actitud de aprendiz, que acariciar tus momentos de rabia, tristeza y agobio, es un gesto de vida dentro del tormento.
Esa dócil, tenue y amable ternura que permite rendirse sin condiciones, levantarse con autenticidad y mirar con humildad.
Gracias ternura, tan solo pensarte o recordarte, hace que te actives adentro. Escuchas el llamado, para mover el sonido de la caricia, el tacto con la vida.
